La palabra “talento” se ha empleado de diferente manera y con diferentes fines, pero existe un enfoque que me interesa especialmente, que es aquel que saca esta palabra del ámbito intelectual y lo coloca en el campo de la acción. José Antonio Marina, en el libro “La educación del talento”, define el talento como la inteligencia triunfante, la inteligencia que elige bien sus metas y moviliza la información, gestiona las emociones, y ejerce las virtudes ejecutivas necesarias para alcanzarlas, manteniendo además un proyecto de mejora continua. Es decir, la inteligencia que no solamente actúa, sino que actúa bien (1). Marina defiende una teoría de la inteligencia humana en dos niveles: un nivel generador, inconsciente, del que surgen las ocurrencias, ideas, sentimientos, o deseos; y un nivel ejecutivo, consciente, en el que se evalúan y supervisan las ocurrencias del nivel generador, un nivel que siempre tiene el proyecto o meta en mente, y que dirige la acción para alcanzar sus fines (2). Esta teoría de la inteligencia está presente en su definición de talento. Una buena gestión de ambos niveles nos llevaría al campo de la acción eficaz.
De nada serviría que una persona tuviese unos resultados magníficos en los tests de inteligencia si, a la hora de actuar, tomara las decisiones de manera inadecuada, se moviese por impulsos sin ningún tipo de reflexión, no supiera gestionar de manera acertada sus emociones o fuese incapaz de prestar atención a lo que debe atender. Todas las señaladas son funciones ejecutivas de la inteligencia, que son las encargadas de iniciar, dirigir, controlar conscientemente nuestras operaciones mentales. Lo que tradicionalmente se ha conocido como “voluntad”, y que José Antonio Marina ha denominado en algunos artículos el “Factor E” (3). Este factor, el nivel ejecutivo de nuestra inteligencia, reside en los lóbulos frontales de nuestro cerebro, y es el responsable de la autorregulación, el director de orquesta de nuestro cerebro. Sin ese “factor E”, estaríamos a expensas de impulsos internos o de estímulos externos que no podríamos controlar. Este factor está en el centro de la acción efectiva y del logro de nuestras metas y objetivos.
Las funciones ejecutivas de la inteligencia (el “factor E”) son muchas y muy variadas, y todas ellas se encuentran en el núcleo de la acción competente. Marina y Pellicer (4) las organizan en clusters:
- Aquellas funciones ejecutivas que gestionan la energía: activación del cerebro, gestión de la atención, gestión de la motivación, gestión de las emociones
- Aquellas que gestionan la acción: elegir las metas y proyectos que guiarán mi acción, inhibir el impulso para evaluar si es compatible con las metas en curso, iniciar y organizar la acción, mantenerla, y la flexibilidad para poder cambiar de una cosa a otra.
- Aquellas que gestionan el aprendizaje y la memoria: podemos dirigir la construcción de la memoria y aprender a usarla. Podemos cambiar nuestras capacidades aprendiendo de la experiencia.
- Aquellas que gestionan el pensamiento: la metacognición estaría entre ellas, es decir, la capacidad de reflexionar sobre nuestro propio proceso de aprendizaje.
Pese a la enorme importancia que tienen estas funciones del nivel ejecutivo de la inteligencia, no podemos olvidar el nivel generador, responsable de las múltiples ocurrencias que aparecen casi sin proponérnoslo nosotros a nivel consciente. ¿De dónde surgen nuestro deseo de aprender ruso, la idea para un proyecto o el sentimiento de frustración cuando las cosas no van como suceden? ¿Por qué se me ha ocurrido de pronto que la persona que tengo enfrente no me cae bien? Más que preguntarnos acerca del origen de muchos de estos deseos, sentimientos, ideas o impulsos, nos interesa de manera especial ver de qué manera podemos educar ese nivel generador (que muchas veces se nos hace difícil controlar por encontrarse a nivel inconsciente) para producir ocurrencias creativas, valiosas, eficaces. Pero ¿es posible educar el inconsciente?
José Antonio Marina (5) señala la importancia de los hábitos para educar el nivel generador de nuestro cerebro. Estamos hablando de una herramienta tan potente para educar la inteligencia y la fuente de nuestras ocurrencias, que yo empezaría a hablar de la existencia de un “factor H”, junto al factor E del que habla Marina. Los trabajos de Larry Squire son muy interesantes en este sentido (6). Charles Duhigg escribió sobre el poder de los hábitos en nuestras vidas (7). Ha surgido incluso un mito muy repetido, que sugiere que bastan 21 días para generar hábitos en nuestras vidas (8). Los hábitos pueden ser cognitivos, afectivos, motores, ejecutivos… Las posibilidades que se nos abren cuando cultivamos los hábitos adecuados son inmensas.
Me gusta hablar de “Talento Dual” para acentuar la importancia de educar nuestros dos niveles de inteligencia: trabajar las funciones ejecutivas que nos permiten regular nuestra conducta y actuar con un proyecto u objetivo en mente de manera eficaz, y trabajar el nivel generador de ocurrencias, fomentando aquellos hábitos que nos permitan generar ideas, sentimientos o deseos productivos y valiosos.
El talento dual de una persona la llevaría a potenciar el factor E y el factor H de su inteligencia. Y la forma de hacerlo es enfrentando las tareas que se nos van presentando o que escogemos realizar en las mejores condiciones. Aquí es donde nos encontramos con un concepto fundamental para el desarrollo del talento, el concepto de “competencia”, que analizaré en el siguiente post del blog.
NOTAS
(1) Marina, J.A “La educación del talento”. Ariel, Barcelona, 2010
(2) http://joseantoniomarina.humanageinstitute.org/
(3) https://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/educacion/2015-02-24/el-factor-e-la-gran-revolucion-educativa-o-una-moda-mas_716816/
(4) Marina, J.A. y Pellicer, C. “La inteligencia que aprende”. Santillana, Madrid, 2015
(5) Marina, J.A. “Objetivo generar talento”. Conecta, Barcelona, 2016
(6) Knowlton BJ, Mangels JA, Squire LR“A neostriatal Habit Learning System” Human Science, 273, 1996: 1399-402.
(7) Duhigg C. “El poder de los hábitos”. Urano, Barcelona, 2012
(8) Rodríguez de Castro, MT. “El mito de los 21 días”. Universo UP, febrero 2015 http://universoup.es/12/explorandoelhorizonte/el-mito-de-los-21-dias/