Abraham Zaleznik publicó hace un par de décadas en la revista Harvard Business Review (1) un artículo sobre liderazgo que ha tenido una enorme repercusión. En el artículo, se preguntaba por las diferencias entre líderes y gestores. A la hora de analizar las diferencias entre ellos, hace unas reflexiones que me parecen especialmente interesantes. Zaleznik cita a William James, que en el libro “Las variedades de la experiencia religiosa” describía dos tipos básicos de personalidad, “la persona nacida una única vez” y “la persona nacida dos veces o renacida”. Los nacidos una única vez han ido creciendo gradualmente desde su centro vital, de manera relativamente tranquila, construyéndose día a día. Los renacidos no han tenido un fluir tan sencillo, y sus vidas se han visto marcadas por una continua lucha para obtener un sentido de orden, sentido que sí poseen los nacidos una única vez. Considera James que los dos tipos de personalidad tienen dos puntos de vista del mundo muy diferentes. Para una personalidad nacida una única vez, el sentido del sí mismo como guía de conducta y actitud deriva de una sensación de estar en casa y en armonía con el entorno que te rodea. Para el renacido, el sentido de sí mismo deriva de una sensación de separación profunda.

Zaleznik, con esta descripción de James en mente, considera a los gestores como personas que se ven a sí mismos como conservadores del orden existente, y su sentido de la valía está relacionado con la perpetuación del orden existente y el fortalecimiento de las instituciones que durante años han estado funcionando. Su rol armoniza con los ideales de deber y de responsabilidad. Los líderes, sin embargo, suelen tener una personalidad renacida. Son personas que se separan de su entorno. Pueden trabajar en organizaciones, pero nunca pertenecen a ellas. Su sentido de quiénes son no depende de una afiliación o pertenencia a algo, sus roles, cargos, u otros indicadores sociales de identidad. De alguna manera, Zaleznik considera que esto explica la relación del liderazgo con los procesos de cambio. Por eso los líderes en última instancia son los mejores para liderar el cambio. Donde el gestor busca orden y eficacia, el líder persigue influir para que se lleven a cabo los procesos de cambio, y generar la atmósfera adecuada que los posibilite.

Zaleznik continúa con su análisis defendiendo la necesidad de examinar dos caminos diferentes de la historia vital al hablar de desarrollo de liderazgo:

El desarrollo a través de la socialización, que prepara al individuo para dirigir instituciones y mantener el balance existente de relaciones sociales

El desarrollo a través de la maestría personal, que empuja al individuo a luchar para el cambio psicológico y social.

La sociedad produce talento para la gestión a través de la primera línea de desarrollo. Los líderes emergen del segundo.

Hace Zaleznik en el artículo otro análisis referido al tipo de relación que suelen establecer gestores y líderes. Las personalidades interesadas en la gestión forman apegos moderados y ampliamente distribuidos, se vinculan poco y lo hacen ampliamente. Los líderes, por el contrario, establecen relaciones intensas individuales, uno a uno, y eso también les lleva a desprenderse o poner fin a algunas de esas relaciones cuando lo creen necesario. Las personas que forman importantes relaciones de aprendizaje uno a uno, cara a cara, a menudo pueden acelerar e intensificar su desarrollo personal, e impulsar el desarrollo de otros. El liderazgo lo posibilita.

La reflexión de Zaleznik basada en las reflexiones de William James me ha recordado al que análisis que realiza de dos tipos de personalidad Stefan Zweig (2), cuando compara la personalidad de Goethe frente a la de Nietzsche, Hölderlin y Kleist. En su libro “la lucha contra el demonio”, llama demoníaca a esa inquietud innata, esencial a toda persona, que la separa de sí misma y la arrastra al infinito, hacia lo elemental. Todo cuanto nos eleva por encima de nosotros mismos, de nuestros intereses personales y  nos lleva, llenos de inquietud, hacia interrogaciones complejas y dolorosas a veces, lo hemos de agradecer a ese demonio. Pero ese demonio interior que nos eleva es una fuerza amiga en tanto que logramos dominarlo; su peligro empieza cuando la tensión que desarrolla se convierte en una hipertensión, en una exaltación, en una anulación de nosotros mismos. Por eso la persona comedida la cloroformiza por medio del orden. Considera Zweig que la inquietud es el primer síntoma del poder del demonio; inquietud en la sangre, inquietud en los nervios, inquietud en el espíritu.

Las personas que crean caen infaliblemente en lucha con su demonio, asegura Zweig, y esta lucha es siempre épica, ardorosa y magnífica. La creación está indisolublemente unida a la lucha contra ese demonio interior, contra esa inquietud, y la brecha que ésta abre. Se puede luchar de dos maneras: creciendo desde el centro de nuestro Yo es la primera de ellas. Goethe, para alcanzar la inmensidad, no necesita dar un paso fuera de este mundo, sino que sabe atraerla hacia él, lenta y pacientemente. Su sistema, a juicio de Zweig, es perfectamente igual al sistema capitalista: cada año sabe poner a un lado una porción de la existencia que ha adquirido; es su ganancia espiritual.  Goethe aprende siempre; la vida es para él un libro abierto que él quiere saber renglón por renglón: es el eterno curioso. Y para él la fuerza vital es centrípeta, van asimilando el exterior y creciendo interiormente desde lo que vive.

Hölderlin, Klein y Nietzsche, por el contrario, tienen otra forma de luchar contra esa inquietud vital; son eternos rebeldes, sublevados, amotinados contra el orden de las cosas, no tienen la naturaleza conciliadora, armónica y ordenada de Goethe. Zweig los compara con Miguel Ángel: abren a martillazos, a través de los duros bloques de piedra, la galería de su vida que va hacia la gema resplandeciente adivinada en sus sueños, allá profundamente enterrada. Su fuerza es centrífuga, que va del centro de la vida al exterior. Van explosionando hacia fuera, abriendo caminos con enorme fuerza. Mientras ellos convierten su ser en un grandioso exclusivismo, una entrega sin condiciones, Goethe, por el contrario, es cada vez de una más amplia universalidad.

El liderazgo interior se trabaja en muchas ocasiones haciendo frente a esa necesidad interna de resolver brechas, de impulsarnos más allá de nosotros mismos, de progresar desde lo que nuestras tareas diarias y nuestros problemas nos plantean.

El liderazgo, en última instancia, tiene que ver con la gestión del cambio. Los gestores son necesarios para actuar eficazmente en muchas circunstancias, pero necesitamos líderes para impulsar procesos de cambio que nos permitan avanzar y progresar como organización.

NOTAS

(1)-Zaleznik, Abraham “Managers and Leaders. Are they different?” Harvard Business Review, Marzo-abril 1992
(2)-Zweig, Stefan “La lucha contra el demonio (Hölderlin-Kleist-Nietzsche)”. Acantilado, Barcelona, 1999

 

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