En mi post anterior, os hablaba de la importancia del conocimiento para nutrir nuestra memoria personal, que es la red generadora de la inteligencia. De esta red surgen las ideas, los sentimientos, los deseos… Ella nos permite trabajar dos dominios personales, el dominio del conocimiento y el dominio de la emoción, que interactúan para mejorar nuestras posibilidades personales y para aprovechar las de nuestro entorno. Pero el talento dual se apoya en una segunda red, la red ejecutiva, que reside en el neocórtex, donde se producen aquellas operaciones mentales que nos ayudan a permiten elegir objetivos, elaborar proyectos, y organizar la acción para realizarlos. José Antonio Marina ha descrito muy bien esta Inteligencia Ejecutiva en el libro del mismo nombre (1).

El esquema nuclear de las funciones ejecutivas es siempre la misma, como nos señala Marina: anticipar y formular metas, planificar, y ejecución efectiva de lo planeado. Ellas nos ayudan a gestionar nuestra energía personal para emprender la acción. Nos permiten activar el cerebro;  gestionar nuestra atención, nuestra motivación y nuestras emociones. Gracias a ellas, podemos elegir las metas y proyectos que guían nuestra acción, podemos inhibir el impulso para evaluar si es compatible con las metas en curso, iniciar y organizar la acción, mantenerla, y contar con la flexibilidad para poder cambiar de una cosa a otra. Otras funciones como la metacognición nos permiten reflexionar sobre nuestro proceso de aprendizaje a lo largo del camino puesto en marcha cuando actuamos. Las funciones ejecutivas nos colocan en el campo de la acción eficaz. Constituyen el núcleo de lo que tradicionalmente se ha considerado la “educación del carácter”, el desarrollo de la voluntad.

El conocimiento y la emoción los ponemos al servicio de la acción, que es la gran posibilitadora. El fin último de la inteligencia, como nos recuerda José Antonio Marina, es la acción. Actuar bien para salir bien parados de las situaciones en las que nos encontramos, de los problemas que nos vemos obligados a resolver. En el este modelo de inteligencia, dirigido fundamentalmente a la acción, la razón asume un nuevo papel, el de asesor de decisiones. Y la libertad es la posibilidad de guiar inteligentemente nuestra acción.

Rita Levi-Montalcini (2) nos recuerda  de manera maravillosa que, al  igual que los lirios del campo, las medusas, los insectos y los peces que habitan en los océanos, todos nosotros llevamos celosamente encerrado en el cofre nuclear de todas nuestras células la historia de nuestra especie desde sus orígenes hasta nuestros días. Para todos los demás seres del reino animal y vegetal el futuro se identifica, en términos generales, con el pasado. De alguna manera, son prisioneros de él. Pero nosotros,  los seres humanos, gozamos del privilegio de huir de la férrea inflexibilidad de la ley que impone un itinerario preestablecido de principio a fin. Poseemos la facultad, que proviene de nuestras extraordinarias habilidades cognitivas, de ejercer el derecho a elegir entre los muchos caminos que se abren ante nosotros aquel que consideremos más adecuado a nuestras aspiraciones. Tenemos capacidad de discernimiento. Cuando no hemos podido ejercerlo, ha sido por las leyes establecidas por los propios hombres, que en ocasiones han sido profundamente injustas. Pero no ha sido por obstáculos naturales. Levi-Montalcini nos invita a ejercer esa libertad de elegir, a ponerla en práctica. Pese a los obstáculos que en muchas ocasiones la dificultan.

La verdadera virtud, nos recuerda Alain (3) es la capacidad de actuar misma; consiste en ser tanto como sea posible, y en actuar tanto como sea posible. Allá donde estemos, en la medida en la que podamos, debemos aplicarnos a nuestra tarea, a lo que nos corresponde hacer. Debemos, como dice Ralph Waldo Emerson (4), hacer amplia justicia al lugar donde estamos, con quienquiera que tratemos, aceptando los compañeros y circunstancias actuales. A esto lo denomina Emerson “carácter”: una fuerza siempre a punto de actuar, y lo hace directamente en cuanto se presenta y sin echar mano de intermediarios. Las personas de carácter son la conciencia de la sociedad a la que pertenecen. Todos debemos actuar de acuerdo con nuestro carácter para ejercer esa labor de concienciación. Cada uno resolverá el problema de su propio carácter a su manera, que posiblemente nos sorprenderá al resto, por sus particularidades.  Emerson hace bien en recordarnos que no existe la historia, sino solamente la biografía. Que cada mente particular debe aprender la lección por sí misma, debe recorrer todo el camino. Cada persona conocerá aquello que vea, aquello que viva. Y por eso, cada una debería saber ver que puede vivir la historia al completo en sí misma (5). Reencarnar la historia.

Debemos actuar, como diría Pestalozzi, con “cabeza, corazón y mano”. Es decir, cuidando los dominios cognitivo, emocional, y  en última instancia el dominio de la acción, a cuyo servicio se encuentran los otros dos.  Debemos esperar las ocasiones que la vida nos ofrezca, responder a las preguntas que nos plantea, atender a sus demandas. Reflexionar sobre nuestras vivencias. Para poder hacerlo, debemos sobre todo trabajar nuestra disposición interior, dialogar con nosotros mismos. María de Maeztu (6)  considera que la vocación de una persona es su llamada íntima, que procede del resorte vital. Las personas que carecen de vocación son las que no crean, las que se dejan arrastrar por la corriente de la vida, sin reaccionar ante el mundo de manera peculiar y propia. La persona con vocación, dice Maeztu, es quien hace del destino su propia vida, se entrega a él, lo toma y lo acepta. Y lo hace desde lo que la hace distinta, particular. La vocación es nuestra voz interior, pero también es la llamada exterior que nos lleva a ejercer la acción en todo aquello que nos rodea, actuando sobre lo que se va desplegando ante nosotros. La que nos empuja a tomar las riendas de nuestra vida, y actuar sobre nuestro entorno.

NOTAS

(1) -Marina, J. A. “La inteligencia ejecutiva”. Ariel, Barcelona, 2012
(2) -Levi-Montalcini, Rita “Tu futuro. Consejos de una Premio Nobel a los jóvenes”. Plataforma Editorial, Barcelona, 2017
(3) -Alain “Spinoza”. Marbot Ediciones, Barcelona, 2008
(4) -Emerson, Ralph Waldo “Ensayos”. (Colección Austral )Espasa-Calpe, Madrid, 2001
(5)-Emerson, opus cit.
(6) -De Maeztu, María “El problema de la ética. La enseñanza de la moral”. Universidad de Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, Instituto de Didáctica, Buenos Aires, 1938

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El talento dual y el conocimiento¿Gestores o líderes?